Conservar la educación

Thoilliez, B. (2025). Conservar la educación.
Encuentro
168 pp. ISBN: 978-84-1339-246-2

https://doi.org/10.58265/pulso.8693

Pablo Pardo Santano
Centro Universitario Cardenal Cisneros
https://orcid.org/0000-0002-4186-3617

Bianca Thoilliez es profesora titular de Teoría de la Educación en el Departamento de Pedagogía de la Universidad Autónoma de Madrid y autora de Conservar la educación, un libro que, como veremos, representa un desafío desde su propio título.

Todos lo que estamos vinculados al mundo educativo somos conscientes de que, como dice Diego Garrocho en el prólogo de este libro, “nos encontramos ante al final de algo, aunque no sepamos aún qué forma tendrá el tiempo nuevo”, y que este “final de algo” viene determinado por un conflicto en el que los dos bandos que se enfrentan parecen estar claros. Haciendo una caracterización extrema y casi caricaturesca, podemos situar en un lado a los valedores del llamado “pedagogismo” que defenderían la primacía de los métodos, la innovación, las competencias o las evidencias por delante de los contenidos propios de la educación, convirtiendo ésta en una especie de entrenamiento que prepararía a los niños y jóvenes para las múltiples contingencias de la vida. En el otro lado se situarían los “académicos” que pretenden priorizar los contenidos, desterrar la jerga pedagógica de las aulas y recuperar un modelo lo más tradicional posible, en el que se restaure la función original de la educación como método para transmitir conocimientos. Según este esquema simplificado, en las últimas décadas los primeros habrían dominado la contienda, pero desde hace unos pocos años los segundos estarían recuperando posiciones.

Partiendo de esta situación, resulta muy significativo que el prólogo del libro lo haya escrito Diego Garrocho, cuya última obra se titula nada menos que Moderaditos. Porque el libro de Thoilliez es precisamente eso, un esfuerzo por moderar el conflicto entre los dos bandos por parte de una persona que se encuadra en uno de ellos, como pedagoga y teórica de la educación, pero que está dispuesta a escuchar, y en muchos casos a defender, los argumentos del otro. Y es aquí donde el título del libro comienza a tomar sentido y a revelarse como un desafío. Conocemos multitud de libros que usan en su título el sustantivo “Educación” y lo acompañan de los más variados verbos, verbos que podemos dividir en dos categorías: los que pretenden “recuperar”, “rescatar” o “revivir” una educación supuestamente demolida y los que quieren “transformar”, “cambiar” o “renovar” esa misma educación, aparentemente anquilosada. Frente a unos y otros Thoilliez propone explorar una vía nueva ¿una tercera vía? y para desarrollarla usa el modesto verbo de “conservar” dedicando muchas páginas del libro a explicar y justificar esa elección. Volviendo al prólogo de Garrocho podemos aclarar el punto de partida de esta tercera vía que se apoya en conservar: “La impugnación de la memoria o la relativización de los contenidos resultan cada vez menos defendibles en círculos cultivados” (…) Ahora bien, el exceso contrario -el apego ciego a la tradición- tampoco parece un camino transitable. Nuestra cultura democrática ha alcanzado conquistas que no solo merecen celebración, sino una defensa activa” (p. 8). La autora aclara en diversas ocasiones que solo nos interesa conservar aquello que tiene valor y que conservamos las cosas que creemos que podrían interesar a otros. No estamos por tanto ante una obra “nostálgica” sino ante una reflexión y una pregunta sobre si la educación es una de esas cosas. Y de ahí el modesto, pero relevante verbo elegido para titular el libro.

Desde la introducción, Thoilliez reivindica su campo del saber aclarando primero que lo que está cuestionado por tantos profesores no es la pedagogía, sino una suerte de “pseudopedagogía” que usa el lenguaje y los conceptos pedagógicos, pero los caricaturiza convirtiéndolos en una jerga. Luego encuadra su obra en una pedagogía “postcrítica”, que va más allá de los discursos que insisten en la demolición de la supuesta “escuela tradicional”. No será por tanto un libro que simplemente valga como cámara de eco para unos u otros, sino que pedirá a quien lo lea un esfuerzo de diálogo con ideas que tal vez no sean las suyas. Después de estas premisas desarrolla una propuesta a través de cinco verbos que, según nos aclara, no se ejecutan, sino que se ejercen. Naturalmente, no se trata de extendernos aquí sobre los detalles de cada uno de los verbos, pero sí es relevante añadir alguna idea sobre ellos.

• Practicar. En este capítulo se explora la condición del profesor como artesano y la de la enseñanza como una práctica, desde la convicción de que enseñar tiene unos bienes propios que transmitir (más allá de las aportaciones propias de la materia que se enseña). Estos bienes serían nada menos que virtudes como honestidad intelectual, apertura mental o amor por el conocimiento, entre otros.

• Transmitir. Según la autora la educación es un bien público cuando cumple tres criterios: tener financiación pública, rendir cuentas a la sociedad y permitir el acceso de todos al conocimiento, y si no hay una transmisión efectiva del conocimiento el tercer criterio no se cumple. Y transmitir no es imponer, es entregar un mensaje. Este capítulo establece una interesantísima comparación entre la labor de los museos y la de las escuelas, explorando sus diferencias y similitudes en relación con el conocimiento y a su puesta a disposición de la sociedad en ambas instituciones.

• Preservar. Aquí se analiza la provocativa idea de que ciertos discursos pueden erosionar los bienes de la escuela a pesar de aparentar que la refuerzan. Y se profundiza en dos tótems, ahora mismo incuestionables: el culto a la diversidad y la exigencia permanente de felicidad. Esta profundización se realiza desde una postura muy crítica y fuertemente documentada que los muestra como peligros reales para la función de la educación.

• Variar. Tal vez sea este verbo el más original de los cinco por su planteamiento. La autora critica fuertemente la idea de la innovación permanente emparentándola con un paradigma neoliberal de consumo y obsolescencia programada y rastreando sus orígenes fuera de la escuela. Luego defiende brillantemente la variación como alternativa a la innovación a partir de la analogía que establece entre la educación y el arte (por ejemplo, musical). En este capítulo se propone la variación como síntesis entre el inmovilismo y la innovación.

• Esperar. El verbo final analiza el currículum como un espacio en el que sostener y cuidar lo común y lo valioso, preservándolo del utilitarismo de cada momento. Un lugar para dar prioridad al “qué” frente al “cómo”, y para después esperar un resultado no garantizado, porque el profesor no impone, sino que ofrece y da testimonio del mundo a través de ese currículum. Y lo hace amando y siendo leal a lo que enseña y a aquellos a los que se lo propone, que luego decidirán o no hacerlo suyo. De esta forma, el currículum recuperaría su categoría de bien en sí mismo, dejando atrás la de medio para adquirir competencias.

A lo largo del libro nos acompañan diversas obras y pensadores; filósofos, pedagogos, sociólogos, psicoanalistas y hasta algún educador social, que refuerzan y aclaran los argumentos de Thoilliez y dan cuerpo a su tesis. Construyendo las ideas que presentan cada uno de los verbos encontramos, entre otros, a MacIntyre y Tras la virtud, La hora de clase de Recalcati; diversas obras de Fernando Bárcena y de Xavier Bellamy; La imaginación conservadora de Luri; Happycracia de Cabanas e Illouz; Últimas noticias del hombre (y de la mujer) de Hadjadj o La trampa de la diversidad de Bernabé. La incorporación de estos referentes da empaque a la obra, sin convertirla en un texto excesivamente académico y complejo, y la prosa clara y precisa de la autora pone las ideas del libro al alcance de cualquier lector interesado y atento.

El libro cuenta con un epílogo, Nueva carta a la escuela española, en el que Thoilliez le declara su amor (muy de agradecer en una profesional que trabaja formando maestros), reconoce sus dificultades y la anima a desarrollar su tarea. Y como detalle no menor en medio de la refriega y el conflicto permanente que vive la educación, acaba pidiendo esperanza. No es poca cosa.